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Síndrome del Profeta Jonás y el juicio sobre Venezuela. Parte II.

  • Foto del escritor: El Blog de Edgar y Liz
    El Blog de Edgar y Liz
  • 20 nov 2020
  • 5 Min. de lectura

Jonás representa de alguna manera la condición en que algún sector de la iglesia evangélica ha caído. Una iglesia que está en comodidad, no apercibida de la real (verdadera) voluntad de Dios, entretenida en otros quehaceres distintos al sentir de Dios. Frente a este panorama Dios le dice a Jonás que se levante de la condición de comodidad, postración espiritual y salga del contexto de la rutina religiosa en que se encontraba. Es bastante probable que Jonás estuviese ocupado en muchas tareas en el templo o en la comunidad que le tocaba atender, pero tenía un ministerio desenfocado, que no atendía las reales necesidades de la gente y estaba fuera del marco de los designios de Dios. Y es que el llamado de Dios, muchas veces no trae confort ni ensalzamiento de la reputación personal, sino todo lo contrario, negación de la comodidad, negación del “yo” personal y hasta vituperio.

Jonás al verse confrontado por Dios con esta demanda (Jonás 1:1-3), se levanta no para obedecer, sino para continuar huyendo y – repito: “para continuar huyendo”, porque muchas veces el estar atareado en quehaceres religiosos en el fondo lo que esconde es el desvío en la vida del creyente, de los reales específicos y verdaderos propósitos que Dios tiene para con la vida del cristiano y de la iglesia en general. Cuando dejamos de lado la devoción personal, el conocimiento de Dios y los sustituimos por quehaceres y tareas, (es decir, dejar de hacer una cosa para hacer otra) el propósito de Dios se desdibuja, se diluye en muchos afanes a los cuales Dios no nos ha llamado, nos desviamos y no caminamos en Su voluntad, olvidándonos que el propósito de Dios tiene que ver con el servicio a la gente y no con nuestros intereses particulares y personales.

Dios llama a Jonás a cumplir una misión salvadora: predicar luz y arrepentimiento a Nínive, muy a pesar de su falta de sensibilidad, pero Dios se estaba proponiendo enseñarle a Jonás a través de la negación de sus intereses y conminándolo a llevar a cabo la predicación del arrepentimiento a Nínive para que pudiera ser partícipe del amor, misericordia, gracia y perdón de Dios. Jonás, con su terca actitud asumida se negaba a participar de esa experiencia, pues él quería todo lo contrario; Israel había sufrido de parte de los ninivitas, en algún momento histórico, padecimientos y muertes, Jonás lo que quería era venganza y juicio, por nada del mundo quería ver la manifestación de la gracia de Dios para con ellos, y conociendo que Dios era perdonador salió huyendo para no ver esa gracia, al punto de que aún obedeciendo, predicando en definitiva a la ciudad de Nínive, dice el texto (4:5) que acampó para esperar qué acontecería, teniendo la esperanza de que Dios derramaría juicio y castigo. Pero no fue así, en definitiva, Dios derramó gracia y perdón ante el arrepentimiento y humillación de la ciudad de Nínive (Venezuela).

La condición de Jonás revela que Dios es capaz de salvarnos, muy a pesar de nosotros mismos; ese es el alcance de la gracia y el amor incomprensible de Dios. La tarea asignada por Dios a Jonás tenía, no solo la misión de salvar a Nínive, sino también de alguna manera salvarlo a él de sus prejuicios, egoísmos, mezquindades, personalismos y de toda una serie de sentimientos que lo encasillaban, que lo mantenían prisionero y que no dejaban que fuera libre. La gran tarea de Dios no queda en lo colectivo, sino que nos redime en lo personal, de nuestras frustraciones, negatividades, rencores, que era el caso de Jonás. Revela el texto (4:1) “se apesadumbró en extremo y se enojó” por la salvación de Nínive y por la destrucción de la calabacera mucho más (4:9). Jonás, un profeta, hombre de Dios, era prisionero de emociones y sentimientos que se evidenciaban cuando el Señor le tocó la tecla que más le dolía: su falta de amor por aquellos que le habían hecho daño, estaba resentido, dolido y atado por sed de venganza ante aquellos a quienes consideraba culpables y merecedores de juicio. De la misma manera hay profetas que consideran que Venezuela es merecedora de juicios inescapables, los cuales debe recibir como precio de la redención y restauración, a cambio de obtener la “nueva Venezuela”. Ello representa el desconocimiento, no sólo de la gracia, sino de la tarea de la cual necesariamente debemos ser protagonistas, es decir instrumentos para con un país urgido y necesitado de experimentar el amor de Dios como fórmula de cambio para ser transformada en la “nueva Venezuela”.

En este marco podemos sentenciar que el ministerio de “perseguidor de apóstatas y herejías” bíblicamente no existe, los “Van Helsin” evangélicos son el invento de alguna mente calenturienta carente de visión y propósito y lleno de confusión acerca de su ministerio en la tierra. Este ministerio viene como resultado de no conocer el reino de Dios, es producto de navegar en la religión, lugar que históricamente ha generado desvíos y equívocos en la vida de creyentes y organizaciones eclesiales, pues ahí prevalece la autoridad del hombre sobre el hombre, sus posiciones, criterios y conceptos teológicos inventados por él y la ausencia de dirección de Dios, de Su voluntad y propósito; un lugar donde prevalece el dominio del “yo” y el criterio de la organización religiosa donde han defenestrado el señorío de Jesús de la vida del creyente y de su iglesia, llamando “señorío de Jesús” a las tradiciones de los hombres, pues su falta de humillación hace que impere el “vaticano evangélico” con su carga de condicionamientos religiosos y humanos; todo esto significa lo que llaman “obra de Dios”, dedicándose sin cesar sólo a exhibir la doctrina, la defensa de la misma, poniendo o colocando en un altar el santo grial de la ortodoxia doctrinal, casi como misión única y tarea a la cual Dios les ha llamado en la tierra, y en este esfuerzo condenan a todo aquel que no piensa como ellos, creen que de este modo rinden servicio a Dios, pensando que cuando matan a algún creyente disidente de su pensamiento están cumpliendo el sagrado deber de salvaguardar a la doctrina y a su iglesia, para la posteridad y venida del Señor a la tierra, lo cual por cierto, son sus prédicas fundamentales, olvidando voluntariamente que la iglesia fue puesta en la tierra para la predicación y extensión del reino de Dios, y que el Señor, en este marco no vino a perder a las almas declarando juicios de muerte sobre ellas, sino que vino para salvarlas, y esta tarea la olvidaron dejándola de lado y dedicándose a esgrimir la oz y la guadaña, intentando cortar lo que ellos llaman la cizaña, por no ceñirse a sus pensamientos y criterios sectarios.

Ellos no tienen ningún problema en derramar juicios sobre las almas, pues consideran que las mismas deben expiar sus culpas frente a los juicios proféticos de Dios, derramando su sangre en una vorágine de carnicería total donde los que queden son los merecedores de la gracia de Dios. Con tal postura, pienso que la iglesia no necesita al diablo como enemigo y con estos profetas del desastre es más que suficiente. ¡Dios les conceda la oportunidad de rectificar a todos ellos!

Lcdo. Edgar Soto R.

 
 
 

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