El Miedo de los Líderes Religiosos
- El Blog de Edgar y Liz

- 6 jul 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 20 nov 2020

Hay un miedo, una parálisis entre otras razones que afectan al liderazgo cristiano, una es la mentalidad doctrinal denominacional que se ha convertido en una camisa de fuerza que propicia ese estado de inercia y que lleva a abrazar posiciones más cómodas como la que tiene que ver con las profecías y predicciones sobre el país (Venezuela). Los profetas y líderes religiosos están dedicados a justificar bíblicamente la obligación que tienen, supuestamente de parte Dios, de enjuiciar al país a la luz de la Palabra de Dios y de una llamada “ética de Dios”, que en el fondo lo que esconde es el miedo de la iglesia, la falta de valor en relación a cumplir la voluntad de Dios para con la nación, es decir, el ser sal y luz, el asumir un compromiso proactivo que signifique afectar e influenciar a las comunidades predicando el evangelio y haciendo obra de servicio al prójimo, saliendo de este modo de las comodidades de los templos, del egoísmo que paraliza a la iglesia tradicional y que le impide hacer la voluntad de Dios, porque sus líderes no pueden entender que deben dejar de apacentarse a sí mismos (Ezequiel 34:2) negándose a sí mismos, tomando la cruz y afirmando su rostro para ir ante el mundo con sus necesidades tanto espirituales como materiales, estando dispuestos a llevar el vituperio de Cristo.
Frente a este panorama, es más cómodo quedarse en la encerrona de los templos, esperando que el juicio se derrame sobre los pecadores venezolanos, que ir y ponerse en la brecha, levantando vallado entre Dios y la tierra (Ezequiel 22:30), no sólo pidiendo misericordia sino actuando y haciendo a favor de las necesidades de este país. ¿Queremos ver la Nueva Venezuela?, hay que trabajar a favor de la construcción de la misma, dejando el “ostracismo templocéntrico”, determinándose de manera definitiva a ir en pos de la gente en los barrios y comunidades y experimentar en carne propia ¡cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, las buenas nuevas de salvación!
Hay una actitud, entre otras, contemplativa de supuesta expectativa “y que” de espera, aguardando que el Espíritu Santo se derrame del mismo modo que en pentecostés y así les envíe y haga lo que en principio ya Dios le mandó a la iglesia: “id y salid a predicar”…(Marcos 16:15,16), casi que esperan de hecho y materialmente que sean los ángeles que salgan a predicar, justificando su inacción con la declaración de que Dios, el Todopoderoso tiene el poder para rebasar las circunstancias y hacer lo que Él quiera, y se olvidan que no son los espíritus ministradores los que van a hacer la labor que exclusivamente es competencia de la iglesia.
Ocurre que, quienes se atreven a llevarlo a cabo, como es el caso de “El Evangelio Cambia”, los tildan de falsa doctrina, políticos o simples activistas sociales (Marcos 9:38-40); parece ser que para estos sectores eclesiásticos tradicionales, el salir y atender las necesidades del mundo y de la gente les es pecado, significa contaminarse por haberse relacionado con la gente del mundo. Tienen un serio problema religioso de ascetismo monástico porque creen que la santidad está en peligro, expuesta al pecado cuando el creyente tiene mucha interacción social con las necesidades de las comunidades, son los que dicen que la luz y la sal no pueden actuar dentro de la política porque corre el peligro de ser oscurecida (olvidando que la luz en las tinieblas resplandece- Juan 1:5-); precisamente la necesidad urgente es que la sal y la luz vengan a la actividad política, con el fin de adecentarla, para santificarla y llevar a cabo una política que glorifique el nombre del Señor, tal cual lo hicieron hombres de Dios en el Antiguo Testamento: como José en Egipto, Daniel en la corte de Nabucodonosor, como Mardoqueo en el reinado de Asuero, como Samuel juzgando a Israel, Juan Calvino que hizo de Ginebra (Suiza) una ciudad cristiana; pero desafortunadamente, los líderes religiosos quieren que la sal permanezca depositada en el salero y que la luz se mantenga debajo de la mesa debido al temor solapado que tienen ante el sistema del mundo, el cual disfrazan de santidad con argumentos ascético-religiosos. No quieren aceptar que el avivamiento en la “Nueva Venezuela” afectará todos los órdenes de la vida, no sólo el espiritual sino también el político, social y económico; lo lamentable es que se autoexcluyen diciéndole a Dios que no cuente con ellos.
Este tipo de pensamiento evidencia un problema grave en la identidad de hijo de Dios, no toma en cuenta que a quien se le ha revelado la condición de hijo no se amedrenta ni se acobarda frente a las pretensiones del mundo, sino que su característica de luz y sal es suficiente para extinguir y disipar las tinieblas del mundo y para detener la putrefacción moral de nuestro entorno social debido al poder de influencia que vence las obras del pecado.
Hay una grave confusión en el seno de la iglesia religiosa en cuanto a su identidad, quiénes somos en Cristo, su rol y propósito, lo cual desfigura la misión de la misma trayendo como consecuencia una inmovilización tal que pierde cualquier protagonismo benefactor que pudiese tener, debido a la miopía y ceguera de un liderazgo cuyas directrices han ocasionado en la vida de la iglesia postración y ostracismo; en el fondo saben que la iglesia tiene que despertar, que tiene que salir de esa parálisis, pero no saben cómo, pues la camisa de fuerza teológica y religiosa se lo impide, pues tienen una mentalidad encasillada que no se atreven a romper por temor a un supuesto pecar, y piden una intervención sobrenatural de Dios, pero dejan de lado la cuota de responsabilidad que les toca en relación a romper con la inacción comodona que les obstaculiza traspasar el umbral de la puerta hacia el verdadero avivamiento.
Estos líderes religiosos presentan una teología del juicio, donde dan justificación, aprobación y obligación ética de parte de Dios en la ejecución inexorable de los juicios y soslayan dejando de lado la teología de la misericordia que recoge el compromiso de lidiar a favor de la Tierra, delante de Dios. Con enemigos de la humanidad, tan celosos de los juicios de Dios, no se necesita del diablo. ¿Cuál es la misión de la iglesia, condenar al mundo, acusarlo? ¿Promover los juicios de Dios? El mundo ya está condenado y está establecido que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). La misión debe ser dar a conocer que Dios, en Cristo está reconciliando consigo mismo al mundo (2ª Corintios 5:19) y nos dio a nosotros el ministerio de la reconciliación (2ª Corintios 5:18b), (y no el de juicio), es decir, las “buenas nuevas de salvación”; pero la iglesia y sus líderes están empeñados en enjuiciar, recordándole la condenación a la humanidad. Esto significa quedarse en el Antiguo Testamento, en la propia Ley (que inculpa de pecado), sin posibilidad de salvación. Parece que olvidan que Dios nos salva, no porque seamos merecedores de su gracia sino porque nos ama; de ello dio suficiente prueba en la cruz del Calvario.
Entonces, se trata de romper con los esquemas de miedo, de juicio y de falsa santidad, que nos inmovilizan para la misión a la cual Dios nos envió y de salir a predicar (como lo hace el "Evangelio Cambia") las Buenas Nuevas de Salvación a las comunidades afectadas por el pecado, la pobreza y la enfermedad, supliendo para las necesidades tanto espirituales como materiales.
Lcdo. Edgar Soto R.





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