EL SÍNDROME DEL PROFETA JONÁS Y EL JUICIO SOBRE VENEZUELA
- El Blog de Edgar y Liz

- 24 sept 2020
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Exhorto a los profetas de la "aniquilación y el exterminio"...

Los profetas de hoy en día, al igual que en el pasado, muchos de ellos padecen del síndrome del profeta Jonás; por una parte se sienten al principio atemorizados de pregonar lo que Dios les ha dicho, por múltiples razones, por dudas, por su reputación en juego en caso de no cumplirse lo profetizado, etc.; en otros casos llegan, inclusive, a asumir la actitud de querer que se cumplan los juicios profetizados por la sola razón de que sus nombres queden bien parados y no en entre-dicho, echando de lado de este modo, la misericordia, que es la que debe prevalecer sobre el juicio. Dios le dio la fórmula al profeta Jonás para que Nínive se arrepintiese y fue la proclamación del juicio con misericordia (hoy diríamos la predicación del Evangelio), lo cual tuvo efectos determinantes en la conciencia de la gente de Nínive. Desafortunadamente, hoy en día la iglesia tradicional no hace énfasis en la predicación del Evangelio sobre los perdidos sino que condena de antemano al pecador, no le ofrece fórmula de redención y espera que la palabra profetizada se cumpla para quedar bien ante sí mismos y los demás, olvidando la misericordia que Dios ofrece y que debe expresarse a través de su iglesia. Dios, más que se cumpla su juicio, quiere que la gente se arrepienta, lo cual desarma los juicios de Dios, Él prefiere manifestarse con clemencia antes que gozarse con el dolor y el padecimiento de los pecadores; pero esa postura debe asumirla la iglesia como vehículo transmisor del amor de Dios, y no identificarse con Jonás, quien se resistió a predicar porque sabía que Dios es un Dios que se apiada y tiene misericordia, lo cual, a mi modo de ver necesita entender la iglesia y los profetas actuales, pues se trata no solamente de orar para que el juicio no toque egoístamente a la iglesia, pues Dios quiere que su clemencia no sólo alcance a su pueblo sino también a los perdidos, como se lo declara a Jonás: “¿y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de 120.000 personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales”.
La concepción de la iglesia tradicional (y de algunos de sus profetas) sobre Dios, es que el mismo es un Dios tirano, sediento de sangre, que demanda sacrificios humanos, que requiere del padecimiento de un pueblo para redimirse, para que su sed de sangre y de juicio sea amainada y saciada. Un concepto bíblico errado acerca de un Dios que no se satisface con los clamores de la iglesia, los cuales sólo sirven para postergar los juicios y para correr la arruga del castigo ineluctable que Dios quiere dar sobre este país.
Según la iglesia tradicional y sus profetas no ha sido suficiente que la iglesia venezolana se haya humillado durante años, pues Dios reclama el pago a un costo de almas humanas para el avivamiento que ha prometido y que ha de venir (por cierto que dicho pago Jesús lo dio en la cruz del Calvario y para siempre). Dicha concepción es torcida y falsa, pues presenta a la Divinidad como un Dios inmisericorde, lo cual no es bíblico, pues la Biblia declara que cuando la iglesia se humilla, Dios oye desde los cielos y su gracia salvadora, benefactora nos cubre y nos salva. ( )
Nuestro Dios no es el Dios pagano que envía juicio y demanda sacrificio de almas humanas para mitigar su ira, pues la Biblia dice: “Dios no quiere la muerte del que muere sino que se arrepienta para alcanzar misericordia”.
Esperar que la palabra profética de juicio se cumpla sobre el país, sin interceder por misericordia y clemencia es una manera de esconder y camuflar el enojo y la falta de carga por la condición espiritual del país. El querer que los juicios de Dios se cumplan, sin misericordia, es justificar nuestra rabia y hasta rencor en contra del pecador, que no se sujeta a la voluntad de Dios. La percepción de esta situación nos lleva a considerar que el juicio se lo tiene, no sólo bien merecido, sino que es una manera de purgar y pagar el pecado cometido, ignorando voluntariamente, que Dios espera que nos pongamos en la brecha, cual Abraham para interceder por misericordia y perdón, pues Dios es tardo para la ira y se duele del castigo, teniendo presente que la gracia de Dios derramada en la cruz del Calvario es suficiente para salvar y restaurar al pecador y al país.
Lcdo. Edgar Soto R.





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